El fenómeno que llamamos vida constituye un proceso sorprendente: autoensamblar en un orden preciso diferentes átomos y moléculas, generalmente, en contra del gradiente energético, para generar un organismo capaz de mantener esa estructura durante, al menos, el tiempo necesario para replicarse o reproducirse. No sólo es necesario encontrar un hábitat estable y con disponibilidad de nutrientes y otros recursos, así como competir y luchar contra otros organismos de la misma o diferentes especies, sobrevivir a los desastres que ocurren en nuestro pequeño planeta azul.
Todos conocemos algunos de los desastres naturales más frecuentes: inundaciones, terremotos, corrimientos de tierra, la reposición de Cine de Barrio, etc. Éstos fenómenos suelen tener una alta frecuencia y una magnitud medio-baja. Otros, como las erupciones volcánicas, los tsunamis o los impactos de cuerpos celestes, tienen una baja frecuencia, pero una elevada magnitud. Junto con el impacto de un meteorito, un accidente o ataque nuclear masivo constituiría el fenómeno más devastador para la Biosfera, puesto que sus efectos destructivos no se prolongarían durante decenas o cientos de años, sino durante miles de años. Además, tras cualquier desastre de magnitud elevada, las redes tróficas se suelen simplificar temporalmente. Imaginemos la desaparición de vegetación y fauna que sucede tras un incendio que golpea un territorio o biotopo, ya sea un bosque, una maquia o una pradera. Sin embargo, tras un desastre nuclear, la radiación ionizante generada por los materiales fisibles, altera o rompe la llave de la vida: el ADN.
Deinococcus radiodurans |
Las radiaciones ionizantes, como los rayos X y los gamma, y otros tipos de radiación, en concreto, la ultravioleta A (por ello es tan importante protegerse del sol), alteran la estructura de proteínas y ácidos nucleicos. La unidad fundamental de la vida; la célula, es capaz de reparar las lesiones producidas en el ADN por las dosis más bajas de radiación (75-100 rem). A partir de cierta dosis (400 rem), las lesiones son irreversibles y pueden activar el proceso de muerte celular programada o apoptosis (que a nivel de tejido conduciría a una necrosis) o de proliferación celular descontrolada o cáncer.
La radiación afecta sobre todo a las células que se replican más rápido, como el epitelio intestinal, la mucosa bucal o los folículos pilosos. Y más en organismos jóvenes que en adultos. Así mismo, también existen diferencias entre especies. Muchos habréis escuchado alguna vez que, tras un desastre nuclear mundial, sólo las cucarachas conseguirían sobrevivir. Esto no es del todo cierto
Esta afirmación tiene una base científica y otra histórica. Tras el lanzamiento en 1945 de sendas bombas de uranio y plutonio en Hiroshima y Nagasaki, respectivamente, se observó que, fuera de la zona cero (puesto que la zona donde se produjo la detonación no sobrevivió ningún ser vivo debido a las elevadísimas temperaturas cercanas a los 10.000°C) sólo parecían haber sobrevivido estos insectos. Por un lado, posiblemente, las cucarachas (muy abundantes en cualquier entorno urbano) emergieron a la superficie en busca de alimento, ya que los sistemas de alcantarillado ya no funcionaban. Por otro, en un ambiente previo a la Guerra Fría, las fuerzas militares americanas estaban interesadas en hacer creer a las demás potencias que estaban en posesión de la mayor arma de destrucción creada, capaz de sembrar cualquier ciudad de desolación y cucarachas.
La base científica consiste en que cualquier especie con un metabolismo o replicación celular proporcionalmente más lento que el de, por ejemplo, los mamíferos, soportará o bien mayores dosis de radiación o el tiempo de supervivencia será más prolongado. Esto es lo que ocurre con muchos vegetales o insectos, que tienen periodos de crecimiento muy marcados y bien definidos. En el caso de las cucarachas, éste coincide con la muda del exoesqueleto o ecdisis. En este momento, las células del epitelio proliferan para reponer la cutícula y el individuo es entonces sensible a la radiación, porque se alimenta más para producir el tegumento, incorporando más material radiactivo a su organismo, y además se ponen de manifiesto las lesiones acumuladas en el ADN. Si no es capaz de producir una nueva cutícula, perecerá, y si no es capaz de producir suficientes huevos o esperma, no dejará descendencia.
Por este motivo, las dosis letales de radiación para los insectos son más elevadas: entre 14 y 400 veces superiores que para humanos (48.000-180.000 rem). En un mundo postnuclear, las cucarachas y otros insectos podrían sobrevivir a las radiaciones emitidas durante las explosiones, pero sucumbirían tras los episodios de muda y, además, sus huevos y larvas no podrían salir adelante en un hábitat contaminado y sin productores primarios que mantener las redes tróficas.
Quizá, en ese mundo apocalíptico, tan sólo algunos tipos de bacterias, como Deinococcus radiodurans, apodada la bacteria Conan, por tolerar radiaciones de 1.500.000 rem, podrían desarrollarse en ese nuevo entorno.
De nuevo, las bacterias son las verdaderas supervivientes en este planeta. Pueden dar fe de ello desde hace más de 3600 millones de años.
Por este motivo, las dosis letales de radiación para los insectos son más elevadas: entre 14 y 400 veces superiores que para humanos (48.000-180.000 rem). En un mundo postnuclear, las cucarachas y otros insectos podrían sobrevivir a las radiaciones emitidas durante las explosiones, pero sucumbirían tras los episodios de muda y, además, sus huevos y larvas no podrían salir adelante en un hábitat contaminado y sin productores primarios que mantener las redes tróficas.
Quizá, en ese mundo apocalíptico, tan sólo algunos tipos de bacterias, como Deinococcus radiodurans, apodada la bacteria Conan, por tolerar radiaciones de 1.500.000 rem, podrían desarrollarse en ese nuevo entorno.
De nuevo, las bacterias son las verdaderas supervivientes en este planeta. Pueden dar fe de ello desde hace más de 3600 millones de años.
Esto ni es ciencia, esto no vale para nada. Cambio de línea editorial
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