En esta sociedad del consumismo, las tendencias y la renovación, todo dura cada vez menos. Nos rodeamos de infinidad de productos inútiles y efímeros. No somos conscientes de la continua inversión que a menudo realizamos por renovar cosas que deberían seguir sirviendo. Es la cultura del descarte, de las modas. Es la cultura de la obsolescencia programada.
Ya hice mención en aquel artículo sobre Edison y la luz, a la famosa bombilla del cuartel de bomberos de California que lleva 111 años brillando sin haberse apagado por si sola ni una sola vez. ¿Se trata de una rara excepción? ¿Y si todos tuviéramos bombillas en nuestras casas que durasen tanto?¿Qué ocurriría con la industria si todo el mundo tuviera un producto que no hiciera falta cambiar o renovar? La respuesta es sencilla: lo superficial, lo perecedero, ha de anteponerse a la calidad. Un producto que no se estropea es una tragedia para cualquier negocio.