Un buen día, en el año 1946, el geólogo Reginald C. Sprigg y unos cuantos australianos más se sentaron a almorzar en las minas abandonadas de Ediacara y… voilà! Ahí estábamos los seres complejos, impresos en la roca. Eso sí, un tanto diferentes a como somos ahora. Este periodo, que se bautizó como Ediacárico o Vendiano, es seguramente el experimento más raro que ha hecho este planeta con la vida, al menos desde nuestro punto de vista.
Esta es la recreación más chula que he encontrado en la red para ilustrar lo que pudo ser un ecosistema ediacárico:
El dibujo nos da una idea de cuáles eran las formas y tamaños de los seres que vivieron en este momento de la historia del planeta. Sin embargo, este escenario dista un poco de lo que veríamos si viajáramos en la máquina del tiempo. Estos seres vivían en el fondo oceánico, en la más absoluta oscuridad. Como no necesitaban interactuar con la luz, tampoco necesitaban colores, así que seguramente todos fueron blanquecinos o transparentoides. Por el mismo motivo -la falta de luz en su hábitat- podemos hablar de fauna de Ediacara y no de flora, porque sin luz era imposible realizar la fotosíntesis, rasgo común de los miembros del reino de las plantas.
¿Qué hizo que este planeta Tierra pasara de fabricar cianobacterias a ingeniar gusanos?
Como decíamos en Empecemos por el principio, hace unos 700 millones de años La Tierra sufrió su segunda glaciación importante, conocida como Snowball Earth (Tierra Bola de Nieve). Bajo estas condiciones, la vida que había entonces fue prácticamente aniquilada. Cuando finalmente el calor interno del planeta venció y comenzó a subir la temperatura, solo quedaban vivos los organismos extremófilos. En aquel momento, el hielo derretido se vio arrastrado hacia los océanos cargado de roca pulverizada: una riquísima sopa de nutrientes. Los supervivientes se frotaban las manos… Había llegado su momento. Comenzaron a proliferar y a producir más y más oxígeno, produciendo poco a poco unas condiciones idóneas para el resurgimiento de la vida.
A esto se unió un hecho que personalmente me parece la prueba irrefutable de cuál es la naturaleza esencial de los seres humanos y cualquier ser vivo pluricelular: se unieron para llegar más lejos.
¿Cuántas veces nosotros, con todas nuestras neuronas, nos resistimos a trabajar en equipo? Pues hace 650 millones de años, unas pequeñas células independientes -y sin ninguna neurona- decidieron unirse unas a otras con un pegamento cuyo nombre te resultará familiar: el colágeno, una proteína exclusiva del Reino Animal. Y aparecieron las esponjas o poríferos, los animales más básicos de todos.
Esponjas actuales |
Sin embargo, esta adaptación no fue suficiente para la supervivencia. Habrían salvado su vida si, además de tejidos, hubieran sido capaces de conformar sistemas. Diferenciar partes de su cuerpo especializadas en funciones. Y esto fue precisamente lo que hicieron los animales que vinieron inmediatamente después.
Los valientes de Ediacara
Zona de la reserva fósil australiana Ediacara Hills. |
Posteriormente, han aparecido muchas otras localizaciones. |
Aparecieron por ejemplo los órganos sensoriales. Estos se concentraron en primera fila, para localizar el alimento y orientar el movimiento. Así surgieron las primeras cabezas de la historia evolutiva del planeta Tierra.
Otra adaptación exitosa fue el diseño de la simetría bilateral. ¿Alguna vez te has preguntado por qué tienes dos mitades más o menos iguales? La culpa es de animales tan insignificantes como Dickinsonia, que pensaron que podía ser útil tener un eje central como punto de partida para diseñar un sistema nervioso o digestivo...
Fósil de Dickinsonia, un adelantado a su tiempo. |
Kimberella es uno de los poquísimos géneros ediacáricos que sí desarrolló
una especie de concha dura, y de ahí la huella más marcada que dejó en la roca.
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Me encantan tus posts Raquel, cada vez que escribes nos descubres un poco más de la historia de este planeta, gracias y sigue así
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